Había una vez una princesita que vivía
en un reino, en un lugar del sur de un país que se llamaba España, en esa zona
del sur que se llamaba Sierra Morena. La princesa de Sierra Morena se llamaba
Blanca y vivía con su padre, el rey y su madre, la reina. Y todos ellos en
palacio eran muy felices.
Un día la madre de Blanca enfermó y se puso, tan mala que nadie en el reino la pudo ayudar, una noche lluviosa, la madre de la princesa murió. Pero antes de morir, la reina, le regaló un colgante. En él su madre había guardado un mechón de pelo junto a un retrato suyo.
Blanca, que era pequeña, se puso muy triste porque no estaba su madre y todas las noches se acostaba sujetando el colgante que le había regalado. El rey como todavía era joven, decidió casarse de nuevo. Su nueva mujer le prometió que sería una verdadera madre para su hija.
El tiempo pasó rápido y la princesita se convirtió en una joven muy bella. La madrastra, siempre había tenido envidia de la niña porque era muy guapa y se parecía mucho a su madre. Este envidia aumento a medida que Blanca crecía y se volvía más hermosa. La madrastra no lo soportaba y un día decidió ir de paseo con ella por la montaña, alejadas de palacio.
Blanca no se dio cuenta del plan que había organizado su madrastra hasta que fue demasiado tarde. La empujó desde lo alto de la montaña y cayó rodando hasta que llegó a una zona llana de la montaña.
La madrastra se volvió a palacio, pensando que habría muerto al haber visto la caída de tantos metros que “desafortunadamente” había sufrido su hijastra. Al llegar le contó al rey que la princesa se había muerto al caer por un descuido en la montaña. El rey estaba muy triste porque había perdido también a su única hija y heredera del reino de Sierra Morena.
Pero la princesa, no murió, aunque no evitó que se arañase, por todas partes. Tenía heridas en los brazos, las piernas, la cara… pero al menos estaba viva.
Un día la madre de Blanca enfermó y se puso, tan mala que nadie en el reino la pudo ayudar, una noche lluviosa, la madre de la princesa murió. Pero antes de morir, la reina, le regaló un colgante. En él su madre había guardado un mechón de pelo junto a un retrato suyo.
Blanca, que era pequeña, se puso muy triste porque no estaba su madre y todas las noches se acostaba sujetando el colgante que le había regalado. El rey como todavía era joven, decidió casarse de nuevo. Su nueva mujer le prometió que sería una verdadera madre para su hija.
El tiempo pasó rápido y la princesita se convirtió en una joven muy bella. La madrastra, siempre había tenido envidia de la niña porque era muy guapa y se parecía mucho a su madre. Este envidia aumento a medida que Blanca crecía y se volvía más hermosa. La madrastra no lo soportaba y un día decidió ir de paseo con ella por la montaña, alejadas de palacio.
Blanca no se dio cuenta del plan que había organizado su madrastra hasta que fue demasiado tarde. La empujó desde lo alto de la montaña y cayó rodando hasta que llegó a una zona llana de la montaña.
La madrastra se volvió a palacio, pensando que habría muerto al haber visto la caída de tantos metros que “desafortunadamente” había sufrido su hijastra. Al llegar le contó al rey que la princesa se había muerto al caer por un descuido en la montaña. El rey estaba muy triste porque había perdido también a su única hija y heredera del reino de Sierra Morena.
Pero la princesa, no murió, aunque no evitó que se arañase, por todas partes. Tenía heridas en los brazos, las piernas, la cara… pero al menos estaba viva.
Con tantas heridas como tenía sabía que no llegaría muy lejos, pero no podía quedarse allí, necesitaba ayuda, asique Bianca, comenzó a andar entre los matorrales.
Al poco tiempo, oyó unas voces. Blanca emocionada porque por fin había encontrado a alguien que la podía ayudar, siguió el sonido de las voces hasta que se encontró con siete sirvientes de palacio.
Uno de ellos al verla tan herida salió
a su encuentro a ayudarla, ya era tarde, y sin saber mucho de ellos, aceptó la
invitación de dormir en su humilde casa.
A la mañana siguiente, ellos se iban a
trabajar a palacio y le preguntaron a la chica si tenía donde ir, ella contestó
que no. Que no tenía ni casa, ni familia y que se había quedado sola. Los siete
sirvientes se retiraron para hablar y le preguntaron si quería quedarse con
ellos en su casa. Ella aceptó encantada ya que no tenía ningún otro sitio al que
ir, porque a palacio no podía volver.
Mientras ellos trabajaban en palacio,
ella se quedó en casa recogiendo, haciendo la comida, y todo aquello cuanto
sabía, que tampoco era mucho, ya que siempre había alguien que le hacía las
cosas en palacio.
Cuando llegaron los sirvientes de
palacio a casa, ya era tarde y estaban cansados, pero blanca quería conocer más
sobre ellos, tenían la cena servida, y la casa algo más recogida de como la
habían dejado al marcharse a trabajar por la mañana.
Mientras cenaban blanca les preguntaba
sobre su trabajo, y el pequeño, el que más se aproximaba a su edad, comenzó a
contarle cuáles eran sus funciones en palacio, unos eran cocineros, otros cocheros, otros se
encargaban de la limpieza, de ir al mercado a comprar… cada uno tenía una función
asignada, poco a poco blanca fue dándose cuenta de las injusticias que se
convertían en palacio.
Pero el reino de sierra morena, cada
vez estaba peor, y su rey parecía que estaba más tirano, los sirvientes cada
vez trabajaban más y ganaban menos dinero, y comenzaron a pasar hambre,
incluida blanca. Esta situación siguió así un tiempo, hasta que tomaron medidas
los sirvientes, el cocinero se guarda la comida que se iba a tirar en palacio para llevarla a casa para
poder comer, el que se encargaba de la ropa, guardaba toda aquella que ya no
querían e iban a tirar… hasta que un día la madrastra vio lo que hacían, y les
acusó de ladrones ante el rey, y éste no tuvo más remedio que encerrar en
palacio a los sirvientes que habían robado.
Blanca les quería mucho, y no quería
que ninguno sufriese, por eso, decidió ir a palacio y contarle a su padre el
rey, todo lo ocurrido; en el palacio no le dejaban entrar porque la princesa
había muerto, y no podían permitir que una simple plebeya entrase en palacio
diciendo semejante barbaridad; entonces, buscó otra forma para entrar en
palacio; cuando el cochero venía de comprar del mercado, se subió, y se
escondió en un baúl lleno de velas. Cuando el baúl estaba dentro de palacio, blanca
salió de él, y fue en busca de su padre, con cuidado de no encontrarse con su
madrastra. Pero justo en ese mismo instante se cruzaron, y la madrastra
reconoció esos rasgos, y rápidamente intentó agredirla, pero blanca se puso a
gritar con todas sus fuerzas, y el rey al oír tanto jaleo salió a ver qué era
lo que ocurría, y vio a su mujer, agarrando a blanca.
Pidió explicaciones de lo sucedido,
porque no entendía que hacía una chica en palacio, ya que desde la muerte de su
hija, la única señora que rondaba por el palacio, era su mujer.
Bianca se explicó tal cual lo había
ordenado el rey, y le dijo que era ella su hija, y que no estaba muerta; el
rey, al oír esto, le pidió pruebas que pudieran demostrar aquello que decía,
entonces, blanca, sacó el colgante de su madre y se lo mostró a su padre. Aún
seguía guardado en él su mechón de pelo, y su retrato.
El padre no se creía todo lo ocurrido,
y le pidió que le contara todo lo que le sucedió y dónde había estado todo este
tiempo; al escuchar que había sido su madrastra la que intentó matarla, ordenó
rápidamente su destierro de sierra morena.
La princesa le contó todo lo ocurrido
con los sirvientes que tenía encerrados en palacio, y todas las injusticias que
sufrían por culpa de su madrastra, que cada vez les exigía más y cobraban menos,
hasta tal punto de llegar a pasar hambre, y por eso se llevaban la comida que
iba a ser tirada, pero no la robaban; el rey entendió las injusticias que
estaban sufriendo los sirvientes de palacio, y de las cuáles él no sabía nada,
porque la madrastra era la que se encargaba de eso.
Una vez liberados los tres sirvientes
que estaban encerrados, el cocinero, el más pequeño de ellos, se tomó el
atrevimiento de pedirle al rey la mano de su hija, y éste aceptó al ver que su
hija le correspondía, y permitió que se casasen.
Al día siguiente había mucho trabajo
en palacio, ya que se casaba la princesa blanca con el que había sido el
cocinero de palacio desde hacía algún tiempo.
Muy chulo. Perfecto.
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